Cuando
le estaba contando a Joana que en dos semanas se me acababa el contrato, sonó
nuestro timbre. Tenemos vecinos nuevos en el piso de en frente. Y nos han
invitado a celebrar su llegada en un piso aún lleno de cajas. Carlota, Alex,
Javi y Dídac. Recién licenciados, están buscando trabajo o haciendo prácticas
sin cobrar un duro. Carlota es extremadamente extrovertida, me explicó tropecientas
historias mientras me rellenaba el vaso cuando aún me quedaba un culito. Odio
el wisky pero más odio no emborracharme. Me libré de Carlota y conseguí
sentarme al lado de Javi, el más guapo. Hablamos de series, de moral y de
parásitos que se meten en animales para dominarlos desde dentro. Carlota puso
la música más fuerte y el vecino de abajo no tardó en dar unos toquecitos en
nuestro suelo. Eran casi las dos y todo era nuevo y eso era bastante agradable.
Un grito volvió a cortar nuestra conversación entusiasta. Venía de la cocina.
Carlota, dijo Javi como para sus adentros y con preocupación. Fue corriendo a
la cocina en su rescate. Dídac resopló y respondió a mi mirada curiosa con unos
ojos amables. Me di cuenta que todos habían corrido a la cocina menos nosotros,
así que abandoné el sofá apresuradamente. Por el dedo de Carlota corría un
pequeño hilo de sangre que caía sobre las sucias baldosas. Cuando nos
despedimos en la puerta, Dídac me sonrió. Joan y Joana abandonaron la noche en
sus habitaciones y yo decidí salir a la calle e ir a buscar la luna. Algo que
como buena chica de ciudad se me había olvidado durante largos días. Mi estado
de embriaguez recorrió un par de manzanas. Ni rastro. Volví a casa
desilusionada por no cumplir mi deseo y me quedé dormida a medio desvestir.
El cielo limón ácido. El gris cargado de radioactividad para el alma. Los sentidos atentos, el espíritu brinca de un lugar a otro. El espacio donde pueden pasar cosas. La posibilidad. La mirada brilla. Sabe un no-sé-qué. Electricidad en el aire. El dramatismo de las nubes, la fuerza de lo invisible. Palabras corrosivas. Palabras que engendran algo diferente. Conciencia de lo irrepetible. El doble fondo de los días. Las palomas también brillan, y la carne caliente desea. La novela de cada microcosmos. Y los encuentros multiplican dimensiones, expanden el tiempo. La acción suspendida en el aire. La realidad es lo que puede ser. La irrealidad es sólida y dolorosa y bella.
viernes, 9 de octubre de 2015
jueves, 1 de octubre de 2015
rueda de la fortuna
Más que en un comienzo siento que estoy en medio de un largo instante de paso. Y yo no sé qué hago ni dónde estoy, y eso en parte me gusta. Si lo pienso, me gusta. Me gusta no saber qué pasará. Se terminó el verano. El otoño me encanta y me cubre de nostalgia. Hace dos años que me fui a Estrasburgo. Los recuerdos que tengo de ese tiempo han cambiado. Ese día en el parque con Lucía, recogiendo bellotas. No sé si entonces lo valoré, pero ahora me parece un momento esencial y muy bonito. Estuvimos hablando sobre muchas cosas. Cosas que nos importaban. La echo de menos. Estrasburgo: amarga y, sin embargo, no tan mala. Hubo cosas buenas. Pienso en las salidas a Colmar y a Sélestat. La lluvia y el atardecer me las recuerdan. Entonces yo no estaba bien. Días buenos metidos en una temporada triste. Siento nostalgia de esa pena. ¿Y ahora, qué? Ahora me iría con alguien a tomar una cerveza por esas calles, o por otras, en algún bar bonito que sea nuestro refugio un rato. Ninja es mi gato nuevo y es viejo. Anda medio deprimido, ayer parecía tan humano.
Nos parece que el tiempo ha pasado rápido. De repente se comprime y todo es lo mismo. Es lo mismo el día que fui a Montjuïc a ver la ciudad desde arriba en lugar de ir a clase, que ahora mismo, que el día que empecé a desear irme de Estrasburgo. Llevo todos los momentos en mí y gozo recordándolos. Darme cuenta de que no sabemos qué pasará me ayuda a cobijarme, a resistir. Tengo animalitos dentro de mí que son motores, que son obsesiones, son lo que me hace hacer las cosas. Necesito a esas bestiecillas para que llenen el vacío que me paraliza, pero muchas veces se van. De pronto me he sentido muy cansada. Me he acostado en este banco y he levantado la vista hacia la noria. Me quería hipnotizar con sus colores. Cuando le quise decir adiós al verano entendí que hacía semanas que se había ido ya, discretamente. No me dio tiempo de llenarme de mar. Llueve y las olas crecen. Quieren llegar a rozar el castillo. Hay una bandera roja en la playa y le doy la bienvenida, por fin, al otoño.
domingo, 14 de junio de 2015
El verano de entonces
El verano de entonces. Tenía el pelo larguísimo y con unas
ondas que me encantaban. Estaba realmente emocionada con mi huida. Pero quería
paralizarlo todo. Jugar a alargar el tiempo como poderosa hada. El camino elegido.
Qué miedo el vivir. Qué ganas de zarpar. Mamá me había preparado el desayuno,
tostadas con mantequilla y azúcar, mi favorito. Fui a pasear buscando el rumor
del arroyo. Planté la bicicleta bajo un joven olmo y junté un montoncito de
piedras al lado. Era la señal que Annita y yo utilizábamos para no interrumpir
nuestra deseada soledad. Solíamos ir por allí a menudo. Por entonces nos
habíamos leído Siddharta y estábamos flipadas con el budismo. Supongo que de
ahí mi decisión de matricularme en filosofía. Pensando que me especializaría en
filosofía oriental. Todo clarito. Todo planeado. Empecé mi plácido paseo. Dulces
palabras del agua que corría con pocas ganas. Belleza absoluta en las flores. Y
el verde que junto al azul eran lo supremo para el sentido de la vista. Todo
era armonioso. Comprendía y sentía cosas que pensaba que nunca podría dejar
atrás. No consideraba mi juventud porque justo entraba en ella.
En Barcelona hace días que llegó el verano. Personas rojas me preguntan los precios de los sombreros. Y suspiro tras el mostrador. Tortuga en tortuguera. No entiendo por qué se asume socialmente que la vocación es algo natural. Hecho que nos hace desgraciados a los que no tenemos vocación alguna. Así que nos pasamos la vida buscándola. Hace un año tal vez pensaba que todavía podía encontrarla. Aunque sé que la vida es algo más que eso. Cuadrar caja, mi mayor reto diario.
miércoles, 20 de mayo de 2015
Los que se sienten solos en la ciudad
Recuerdo que siempre me gustó la idea de vivir en una ciudad
grande. Y Barcelona era bastante atractiva desde mi aburrida existencia.
Necesitaba empezar a vivir mi vida, construirla solita. Y fue duro empezar. Esa
soledad que sentía no se ha marchado, pero he aprendido que nuestra convivencia
no es solo amarga. Al fin y al cabo
somos uno y el resto del mundo es otra cosa. A veces pienso que tengo poco.
Otras veces preferiría tener menos. Y en la ciudad la única forma de sentir el
vacío como sintonía de vida es emborrachándose. Siento que el cemento me atrapa
manifestando su estúpido vivir civilizado. Alejándome de mi conversación con
los ríos y de lo animal más allá de la infancia. Ahora, tumbada en este suelo
aún frío, con una tormenta sin rayos allí fuera que durará menos de lo querido,
no siento odio ni amor por la ciudad. Solo la culpo por atraparme largos días,
pero rechazo la idea de abandonarla. El verano se acerca y con él mis dolores
de tripa. Una televisión a todo volumen. Los coches. Un vecino haciendo la cena.
Y el gato de arriba que maúlla cuando su amo llega a casa. Puedo reconocer a
Joana solo con entrar por la puerta de abajo. Se acabó el suelo, se abre el
telón.
jueves, 14 de mayo de 2015
El librero
He entrado en la librería casi sin darme cuenta. Es de segunda mano. Siempre paso por delante y miro un poco los libros que han puesto afuera, sobre la mesita. Siempre sin detenerme. Pero ahora estoy dentro, mirando portadas casi sin mirar. El librero es un chico/hombre serio que me ha saludado con un leve movimiento de cabeza, sin apartar la vista de la pantalla más que un segundo. Está escribiendo. Yo estoy pasando el rato aquí, no sé por qué. No me apetece volver a casa y ver a don y doña correctos. Hoy necesito acción. Cojo algún libro que me llama la atención y lo vuelvo a dejar sin llegar a leer ni una palabra. Oigo cómo teclea. Sección de arte. Miro los cuadros sin concentrarme mucho. Lo de la otra noche no cuenta como acción. No calmó el ardor.
Podría coquetear con el presunto escritor. Lo he pillado mirándome dos veces. Podría acercarme y enseñarle una teta. A lo loco. Pero sé que no lo voy a hacer. Nos gustaría ser libres y valientes como Frida, sacar el entrecejo al sol y seguir sintiéndonos guapas. Pero no lo somos. Necesitaría estar tan borracha por lo menos como el otro día. Qué será de James. Me sorprende lo poco que he pensado en él. Que Annita se fuera me dejó un poco aliviada, pero ahora la echo de menos. Qué jodido, si está me irrita, si no está la necesito. Cómo con los chicos. Bueno, como con El chico. Él. Él, después de semanas de silencio, un amargo silencio para mí que había empezado a aceptar como decisivo.
Él, de repente, (in)esperado, (in)oportuno como siempre. Su nombre y su foto de whatsapp, que mi cerebro enlaza rápidamente a una aceleración cardíaca. Pienso en leerlo después, pero qué va, ya lo estoy abriendo. Está conectado. "Bella, necesito contemplarte cuando cierres tus párpados de piel de manzana esta noche. Dime algo". Ya no está conectado. Menudo es éste. Quiero tardar un poco en contestarle, castigarlo mínimamente. Pero sé que lo voy a ver esta noche. ¿Por qué ahora estoy así?Siento alguna nostalgia por los momentos antes de recibir el mensaje, cuando estaba tranquila sin saber qué iba a pasar. Aburrida también, reconócelo. Es el precio que hay que pagar por un poco de movimiento. A veces me gustaría apagarme lentamente. No tener que luchar con la vida para que tenga sentido. Todo duele demasiado. Me despido sin obtener respuesta, ya no puedo estar aquí. Camino un rato sin rumbo, agitada. Unas piernas flaquitas y arrugadas me recuerdan que tengo que ir a ver a mi abuela. Ella desaparecerá pronto. Ella fue joven y yo seré vieja. De pronto, el olor a jazmín me lleva a otro lugar. No tiene tanta importancia lo de hoy. Algún día seré vieja.
jueves, 7 de mayo de 2015
Ha venido Annita
Annita es alta, ojos marrones y de movimientos masculinos.
Melena oscura al viento y atuendos imprevisibles. Encantadora para los hombres. Empezó derecho
y lo dejó. Decidió que el periodismo iba más con ella. Sus padres se volvieron
locos y le dijeron que no volviese a casa. Aún así se quedó cerca de la tierra y
volvía algún finde. Cuenca es una mierda, suele decir. Pero ahora se encuentra
ante el abismo del casi finalizar una carrera universitaria. Así que ha
decidido venir a Barcelona a verme. Y como dice ella, viene para romper su mapa
mental reducido. Me culpa por no ir a verlos muy a menudo. Cuando Joan y Joana
nos escucharon hablar de aguas profundas sacaron las cervezas. La primavera
había alterado el piso y la nevera siempre estaba llena de vida amarilla. Así
que bebimos, charlamos y la risa característica de Annita nos provocó dolores
de tripa. “Salgamos de aquí” dijo ella sirviéndonos el último chupito de esa
mierda color mierda. Y la noche fue larga. El factor discoteca siempre nos ha
incomodado a Annita y a mi pero aquella noche íbamos demasiado borrachas para
despreciar un flayer con entrada gratis. Pista medio vacía. Guiris en las
barras catando carne por la vista. Música infumable pasada de moda. Beyonce nos
devolvió la vida. Salimos a bailar sintiendo que nuestro cuerpo se movía a la
perfección aunque hubiese una cierta discordancia con la realidad. Incluso Joan
y Joana se acabaron animando y por arte de magia la pista se llenó.
Hasta que llegó mi momento crítico habitual. Me escabullí por un agujerito al
baño. Miré el móvil. No había contestado a mis whatsapps. Me di cuenta que la taza del váter estaba manchada y mis medias también. Pipi de otra. Salí y me incorporé
de nuevo a la fiesta con un fingido entusiasmo que luego se convirtió en real o
lo que quiera que sea durante la embriaguez. Invité a Annita a un chupito y
ella me prometió que el próximo lo pagaría ella. Aunque nunca llegó un
siguiente, por olvido y devastación. Nos abrazamos fuerte y volvimos al bailoteo central.
Lo primero que han visto mis ojos hoy ha sido el brazo de James sobre
mi cuello, privándome de mi propio territorio. Dormía plácidamente entre
ronquidos. He intentado ponerme una camiseta y unas bragas lo más rápido posible,
con miedo a despertarle. Y he abierto la puerta con el máximo sigilo. James II
y Annita dormían en el sofá cada uno con la cabeza en un lado de éste. Una
hermandad bonita a la vez que incómoda de ver. Puta Annita.
jueves, 30 de abril de 2015
Mila se ducha un viernes por la tarde
El otro día me desperté pensando: Tengo 23 años. No puede ser, dije. Si tenía 19. Pero tengo 23. No se me va el susto. Y aquí estoy, en la ducha. Y tengo 23 años. Y las dudas no se van con el agua. Por caliente que esté. Por fría que esté. Me seco y vuelven a aflorar como una erupción cutánea.
Esa cosa que empieza a seguirme en un día que se anuncia no normal. Me molesta no saber exactamente dónde atacar. Dónde apretar para saber qué siento. Sí, hay algo en el día de hoy, en mi día, que me incomoda. No me deja tranquila y ya es por la tarde. Ahora me acuerdo del poema. Lo he visto esta mañana y me acuerdo ahora. Es eso. No sé si iba para mi. Pero ese poema se me ha clavado en la cabeza. Un poema-espina. Un aguijón que me obliga a pensar.
Me hace falta un poco de mi parte más loca. ¿Y si no me doy cuenta cuando sea el momento de romper con esta vida? ¿En qué punto voy a dejar los souvenirs para guiris (y trabajos similares) para hacer "lo que me gusta"? Los meses pasan. Esa es la certeza más cierta que tengo. Esta ciudad nos colapsa de posibilidades. Y los días pasan así. Eso me asusta. Echo de menos la casa del pueblo y el aburrimiento. El no tener más remedio que fantasear para pasar las horas. Y qué delicias me inventaba para mí. Tristeza de un viernes por la tarde sin saber qué, solo tristeza. Tristeza sin dolor, sin rabia. Tristeza cansada. Tengo 23 años y estoy enamorada.
miércoles, 22 de abril de 2015
La siestecilla de M II (el día negro)
No entiendo por qué el universo me dio esta subjetividad. No
puede ser tan complicado encontrar unas malditas lucecitas en el bosque. Este
mediodía, aprovechando mi día libre entre semanas moledoras, he bajado con
Oriol al bar de abajo para tomar una cerveza. Todo es posible con la embriaguez
mañanera. Después de comer me he echado en el sofá con intención de ver un
capítulo de Orange is the new black pero me he quedado dormida. Sin lucha
alguna. He sentido que ese más allá me atrapaba lentamente sin olvidarse por
completo del mundo real pero aún así lleno de no vida. Nada me fascina más que
el dormir, ese anular los sentidos pero con cierto reparo según la hora del
día. De ahí la diferencia del despertar. Sí, otra asquerosa larga siesta. Aguas
remolinadas tanto en el vientre como en el alma al volver al mundo. Tras unos quién sabe cuantos
minutos de espera vital sentada en el sofá, he decidido que mi actual vida es
una mierda. Que si me vuelvo a sumergir en la cotidianidad me perderé entre esa
masa de gente sin rostro. Me prometí que este puto trabajo sería temporal y ahí
me tienes chupando mi ridícula parte del bote. Y mi padre está tranquilo porque
no le molesto y mi madre me manda mermelada. Y yo satisfecha con mi logro de la
independencia. Pero en momentos como este el vértigo me envenena. La ambición
no es lo mío pero algo tendré que hacer con ella.
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