El cielo limón ácido. El gris cargado de radioactividad para el alma. Los sentidos atentos, el espíritu brinca de un lugar a otro. El espacio donde pueden pasar cosas. La posibilidad. La mirada brilla. Sabe un no-sé-qué. Electricidad en el aire. El dramatismo de las nubes, la fuerza de lo invisible. Palabras corrosivas. Palabras que engendran algo diferente. Conciencia de lo irrepetible. El doble fondo de los días. Las palomas también brillan, y la carne caliente desea. La novela de cada microcosmos. Y los encuentros multiplican dimensiones, expanden el tiempo. La acción suspendida en el aire. La realidad es lo que puede ser. La irrealidad es sólida y dolorosa y bella.

martes, 28 de octubre de 2014

El odio general

Estaba de humor cuando Gustave me preguntó si quería ir al bar con él, tanto que invité a Levy. Yo, que paso por mi época menos alcohólica, me pregunté desde cuando esto era así. Había substituido mi vicio por el café y la cerveza anteponiendo ahora el juego y los montones de cómics que algún día echarían a Levy de su propia habitación. Algo de fresco en los brazos me llevó a pensar que esto había acabado. Oh, no. Allí estaban Antoine y el pesado de Jacques conversando entre risas. Hola. Hola. Este es Levy mi compañero de piso, ellos son Jacques y Antoine. Gustave siempre tenía que llevar la batuta. Levy me miró al oír nombrar a Jaques y yo mantuve la mirada fija en la mesa. Puto Levy. Continuaba Gustave dirigiendo ¿De qué hablabais? Antoine que se ha enamorado, dijo con retintín el tonto de Jacques. Dolor abdominal. ¿Qué tal estás Lu? Bien, Jacques. Con gran esfuerzo Levy intentó ser simpático. Y vosotros sois todos de filosofía supongo. Sí, sí, ¿y tú, estudias? Sí, geografía. Gustave se rió odiosamente. Sí, bueno, en teoría, porque no creo que le hayan visto el pelo por clase. Se pasan el día en casa los dos haciendo cosas frikis. Maldigo el día en que los junté. Dijo intentando ridiculizarme a mi también. Dos pájaros de un tiro. Y a ti qué más te da, estúpido. Voy a pedir, dijo Gustave, te acompaño, añadió el penoso de Jaques no sin antes soltarme un ¿quieres algo Lu? No. Y corregí la situación con un oye, Gustave ¿me traes una cerveza? Yo voy a ayudarles, dijo el bueno de Levy. Me senté en el sitio de Jacques y sonreí a Antoine. Su mirada dulce. ¿Como te va, chico? Así que tienes un amorío. Sí... bueno, llevamos poco tiempo pero parece que va bien la cosa. Volví a sonreírle, esta vez incomodada. Volvió el asqueroso de Jacques eufórico por interrumpir con una caña para la señorita. Siempre he odiado a los plastas que dicen señorita. Te he dicho que no quería. Venga, va, Lu, no seas así. Llegó entonces Levy que traía unas patatas crujientes y Gustave apareció el último por las escaleras. Lo siento chicos, pero me voy. Y me bebí la cerveza de un trago, dando la máxima señal de fortaleza. No miré a Levy a la cara por miedo a arrepentirme. Gustave soltó un suspiro y me despidió con una fulminante mirada de desprecio.


Bajo los efectos de la furia caminé con las manos en los bolsillos de la chaqueta hasta casa de Louis. Su hermana pequeña Verónica me dijo que no estaba y me preguntó dónde me había comprado esos zapatos. No caminé mucho hasta encontrar un bar. Así que al pasar Louis me vio sentada en la barra tomándome una copa de champán, de lo cual se rió señalándome al entrar. Le conté mi historia y lo mucho que odiaba a todo el mundo y después nos pasamos toda la noche repitiendo mi “lo siento chicos, pero me voy” compartiendo champanes, brujerías y carcajadas.


Gustave: mi engreído lío
Antoine: me gusta un poquito
Jaques: un estúpido que me follé
Levy: mi amigo
Louis: mi Louis

domingo, 19 de octubre de 2014

de estaciones

Se acercó a la orilla del río, a pleno sol. No había nadie y se sentó en un banco. No muy lejos se oía la carretera. El agua estaba tranquila. Las hojas tampoco se movían, y el empedrado, bajo la luz deslumbrante, casi brillaba. Sólo un árbol entre todos empezaba a ponerse amarillo. Y todavía mariposas. Qué octubre tan raro. En este lugar te conté mi secreto. Hace meses de eso. El tiempo cada vez significa menos, y la sombra más. Habrá que esperar hasta noviembre para el otoño. 

El otoño libre, cálido. Pasear para perderse, abrigarse un poco y encontrar ese café en ese sillón. Abrazarse por la tarde-noche-mañana. El hueco entre tu oreja, tu mandíbula y tu cuello es una de esos rincones cómodos donde uno se cobija. Ésos que son de madera y los baña una pequeña luz amarilla. Te arrebujas en un sofá y todo huele a té verde y a miel. El humo te envuelve y te abriga. Y el tiempo se desliza pausado y continuado bajo la suave calentura.

Estaba incómoda. Las moscas le iban a la cara y no la dejaban pensar en lo que quería con la suficiente concentración. Abrió los ojos y miró hacia atrás, más allá del banco, a su derecha. Antes no había reparado en el bulto. Un cadáver. Un gato muerto. 

martes, 7 de octubre de 2014

Adiós al verano


Cuando llegué al bar todo fueron alegrías, mucho menos entusiastas de lo que planteé en mi cabeza minutos antes. Siempre me pasaba lo mismo. Las chicas me dieron dos besos y alguna palabra amistosa y luego volvieron a su posición de círculo de cánticos fúnebres. Jaques no estaba, por suerte. Gustave fue el más cálido y por eso me senté a su lado. Allí estaba Antoine, en un silloncito rodeado  de víboras dispuestas a cubrirle y eliminar cualquier indicio de su presencia. Un verano había sido una eternidad para nuestra tierna amistad de antaño. No me preocupó mucho esa lejanía inicial, sabía que los días volverían a unirnos. Nunca me importó aparecer por allí sin Louis, pero hoy me hubiese gustado nutrirme de su presencia mediante nuestro juego cínico de análisis externo de las reglas. Gustave me ofreció su copa de vino y pidió una nueva asomándose por la barandilla con su tono simpático habitual. Con este ritual de iniciación ya estaba invitada a participar en aquella parafernalia del día a día en esta ciudad. Hablaban de aquel pintor y del otro, de cómo la autenticidad del arte se diluye en las modas y de lo asqueroso y maravilloso que era eso. Antoine, cansado de estas habituales discusiones, buscó mi mirada casi por inercia, de lo que luego se arrepintió y volvió los ojos a su copa. Ya podía sentir el tono gris conquistar mi piel morena. De pronto llegó a mi memoria olfativa un recorrido de aromas: a tierra removida, a pino, a lumbre. Como si quisiese brotar de mí otra vida pasada o quiera dios futura.

lunes, 7 de julio de 2014

Tormentas de verano y agujeros flotantes


Me quedé en la habitación sola un domingo por la tarde, pronto. En ese cuarto que nunca ha sido del todo mío, y que pronto será de otro. Era julio y domingo y no supe qué hacer. No es que no tuviera ideas, es que no eran buenas y que no tenía ganas. Y el señor del balcón de enfrente, un poco más arriba, continuaba en su silla, detrás de sus macetas con plantitas, observando la calle. La calle, el cielo y los balcones de nuestro edificio. O quizá no observando nada. Parecía estar con la mirada perdida, evocando recuerdos de tiempos seguramente lejanos. No estaba segura de si me veía, sentada en el borde de la cama, con la puerta abierta y la cabeza hacia afuera. El hombre estaba inmóvil, con la piel  tan blanca como el pelo que le quedaba, las arrugas al sol y la expresión vacía. Pasaba así todas las tardes, aproximadamente de cinco a ocho. A esa hora volvía a entrar en casa. A mi me daba cierta envidia esa habilidad de pasar horas en soledad y silencio, dentro de sí mismo. Hace tiempo eso se me daba mejor. Ahora echo más de menos a los demás. Sólo a algunos. Especialmente a él. Y además se me había quedado el olor de su piel en la nariz, justo debajo. Se quedó ahí casi hasta el día siguiente.

Iba de espaldas en el vagón, el mar a la derecha. Pasamos al lado de unos edificios estropeados de por lo menos quince pisos con ventanitas pequeñas y cuadradas. Las ventanas oscuras se iban alternando con las iluminadas en el desorden de un atardecer cálido y azul que iba posponiendo con delicada lentitud su llegada definitiva. Había tantas ventanas con cosas y personas y cotidianidades dentro sin que yo supiera nada de todo eso. Yo pasaba a unos metros en un suspiro de tren, un jueves de anochecida. Y veía las ventanas como una estela de ojos abiertos y cerrados. Cuerpos vivos ajenos a mí. Otra vez el cielo, ahora malva donde se juntaba con el mar, plateado. Una reunión de pájaros oscuros en un tejado, tomando el fresco. Ya quedaba poca luz, pero aprecié el tono rojizo del muro de tierra, y encima los pinos. Hace tiempo que los pinos me traen sensaciones que son  caricias o refrescos. Desde mi mirador ambulante, ventanas y cables a toda velocidad. Casi de noche, subí a casa caminando, entre siluetas. Me desperté a las 6:13 de la madrugada con la tormenta. El cielo estaba amarillo, te lo juro, era de aquellos. Fue un atisbo de día amarillo. Quién sabe, Rita, quizá vuelvan, ahora que tu y yo retomamos el compartir techo y sofá. 

miércoles, 11 de junio de 2014

Noir

Llegó mi cuervo mensajero: "tu agua está lista". Atravesé el valle con los pies desnudos hasta llegar a la arboleda que escondía el río. Con el rumbo fijo en mis ojos me metí en el río frío poco a poco hasta que me empezó a cubrir. Vacilé por un momento, pero las aguas, entre fúnebres y viciosas, al verlo acudieron entre risas bajo sus deseos de llevarme con ellas. Y desde entonces yazco en el fondo del río. Primero fueron las branquias las que aparecieron de la nada. Surgiendo después unas aletas perfectas en mis extremidades. Mi cabello se unió a las danzantes algas. Mis escamas de tonos lilas se volvían verdes y rojas con la entrada de luz. También agudicé mi vista, aquello siempre era oscuro como la noche. En los oídos cesó la distorsión primera. Únicamente salía al exterior cada luna nueva. Y siendo costoso el moverme, solo podía sentarme en una roca a contemplar las estrellas. Como echaba de menos la luna, empecé a salir a flotar un rato en cuarto menguante. Y fue entonces cuando me descubrió el carnicero de la plaza, que le fue con el cuento a mi madre.

viernes, 23 de mayo de 2014

las premañanas de los lunes

De pronto despertarse un lunes junto a él fue triste. Fantasmas tridimensionales se elevaban con lentitud desde el suelo y le nublaban la mirada. Él tenía cosas que hacer cada día. Y ella tenía ese vacío que aparecía un poco antes de la despedida. Una oscuridad intermitente. Esa oscuridad de hilos finos que se filtra en la alfombra de mimbre y se disuelve entre los grumos del zumo de naranja. De la noche todavía recuerdos pastosos entre los sueños. Dudas e inseguridades que se inflaman y se deshinchan caprichosamente.
  Cayó la mimosa, el viento la tiró. Ahora está totalmente torcida, pero no está muerta. Ahora es un borrón horizontal que mancha la vida de amarillo. Tan suave como las palabras que salían de sus labios, que habían madrugado y bailaban con pereza por el salón. Tantas cosas invisibles aleteando en el aire. Ella intentaba escucharse, pero había interferencias, nubes verdes afiladas que soltaban chispas y gases densos y cerosos que subían, se mantenían en el aire un poco y caían. Demasiada niebla detrás de las pupilas. 
  ¿Es más existente un ladrillo que un sueño? En tanto que ilusiones, los espejismos son reales. Para ella era más verdadero su miedo a la oscuridad que los materiales de los que estaba hecho el interior de la pared de su habitación. Un derrame hacia dentro: abismo sobre abismo. La espesura gris del lodo espiritual. El suelo resbala esta mañana más que nunca. 

viernes, 16 de mayo de 2014

El geranio

Me dejé el plato de espaguetis encima de la mesa, dos días (o tal vez cuatro). Estaba muy ocupada bebiendo cerveza asquerosa en un bar chinorris cualquiera. Llevaba una semana con dolor de estómago y decidí que esa era la mejor manera de curarlo. Resultó ser peor, claro. Creo que le asusté con mi descontrolada sinceridad (que solo los elegidos me inspiran). Soltaba sapos y culebras y me reía, tan hija de puta. No me gustan los simpáticos, ya desde pequeña. Una vez le pegué un mordisco a una niña que me saludaba tres veces por recreo. La cosa es que me levanté a las dos del mediodía de un lunes y las hormigas habían desplegado su campamento sobre mi plato de espaguetis. Regué el geranio. Si algún día lo ahogo será tapándole la nariz. Y allí estaba yo, sin ninguna relación social sólida, con la tripa en putrefacción, pelo en las piernas y la cuenta corriente con unos insacables 4,64 euros. Ya sabes, esperando el verano maldito.

viernes, 9 de mayo de 2014

"Cuando vivamos juntas cualquier noche podrá ser elegida para ir al mar". Luego todo empezó. No nos emborrachábamos para perder de vista el mundo, sino para sentir como éste penetraba en nuestros huesos huesudos, subiendo por los agujeros de nuestras medias entre-finos-hilos que hacían más fácil la conquista. Cuando llegaba al vientre todo eran pises y desembarcos. Tú tan propensa a lo segundo. Tienes poco más de veinte años, hija de puta, la vejez no es más que un puto insulto ahora. He vuelto a plantar un colchón en el salón. Pero no creo que salgan flores, mis compañeros de piso no me dejan regarlo. Verde brebaje, capullos de margaritas, que únicamente ello sea símbolo de hogar (todo se echó a perder el día en que empezó a haber restricción de horario del beber y el dormir). Desértico territorio donde los haya. Hay que elegir qué especie de árbol queremos plantar, han de ser resistentes y altos, enormes verdochos.
No lograba entender cómo habían pasado cinco años. ¿Dónde estaban esos cinco años? En la misma cama, recordaba perfectamente los pantalones cortos que llevaba y el moreno de su piel. Ahora era de noche, y la luz de la luna entraba por la ventana y se bañaba en su clavícula. Pero cinco años, imposible. Estaba desnuda, sólo llevaba las marcas de la ropa interior, y su cuerpo se erizó todo en un suave escalofrío a causa de la intensidad del momento. Había encontrado el cuaderno en la estantería. Desde entonces no había vuelto a pensar en él. Pero ahora recordaba con una precisión que la asustaba esa tarde y su objetivo inquebrantable.
  La niebla se deslizaba casi imperceptiblemente desde atrás del monte, y ese blanco aliento abrazaría en poco rato la iglesia y el cementerio, sumiéndolos en el vacío. Sobre el cable eléctrico había dos pájaros, recortados en la nada. Observaban sin saberse observados. Como siempre, la humedad de agosto hundía el pueblo en ese estado de inmovilidad. La habitación estaba entonces igual que cuando era pequeña, igual también que ahora, cinco años después. La colcha rosa cenizo, los dos muñecos de peluche recostados en la almohada. Todo olía a antiguo y a café.
  Las campanas nos recuerdan el tiempo. Avanza aunque no exista. Las horas, la vida, y luego, la muerte. Algunas personas entraban en la iglesia, de dos en dos o de tres en tres, siguiendo ese ritmo constitutivo que no dejaba lugar a dudas. La buganvilla rompía el estilo de la tarde con su cinabrio violáceo. Y la lluvia, fina, acariciaba con delicadeza calmante el dolor de las almas. ¿Qué había ahora de ella, de esa chica que cinco años atrás estaba sentada en la misma cama, con el cuaderno en las piernas y mirando por la ventana?
  Se veía tan nítida en ese día gris y verde que sintió cómo sus fuertes deseos de entonces le ardían de nuevo bajo las costillas. Era una manera de decirse 'Sigo aquí. Y soy yo'. Al moverse, la luz de una farola se reflejó en una uña del pie y la hizo brillar. En sus ojos se reflejaba algo nuevo y viejo que la embriagaba y siguió bebiéndose el aire de la noche.