El cielo limón ácido. El gris cargado de radioactividad para el alma. Los sentidos atentos, el espíritu brinca de un lugar a otro. El espacio donde pueden pasar cosas. La posibilidad. La mirada brilla. Sabe un no-sé-qué. Electricidad en el aire. El dramatismo de las nubes, la fuerza de lo invisible. Palabras corrosivas. Palabras que engendran algo diferente. Conciencia de lo irrepetible. El doble fondo de los días. Las palomas también brillan, y la carne caliente desea. La novela de cada microcosmos. Y los encuentros multiplican dimensiones, expanden el tiempo. La acción suspendida en el aire. La realidad es lo que puede ser. La irrealidad es sólida y dolorosa y bella.

domingo, 19 de octubre de 2014

de estaciones

Se acercó a la orilla del río, a pleno sol. No había nadie y se sentó en un banco. No muy lejos se oía la carretera. El agua estaba tranquila. Las hojas tampoco se movían, y el empedrado, bajo la luz deslumbrante, casi brillaba. Sólo un árbol entre todos empezaba a ponerse amarillo. Y todavía mariposas. Qué octubre tan raro. En este lugar te conté mi secreto. Hace meses de eso. El tiempo cada vez significa menos, y la sombra más. Habrá que esperar hasta noviembre para el otoño. 

El otoño libre, cálido. Pasear para perderse, abrigarse un poco y encontrar ese café en ese sillón. Abrazarse por la tarde-noche-mañana. El hueco entre tu oreja, tu mandíbula y tu cuello es una de esos rincones cómodos donde uno se cobija. Ésos que son de madera y los baña una pequeña luz amarilla. Te arrebujas en un sofá y todo huele a té verde y a miel. El humo te envuelve y te abriga. Y el tiempo se desliza pausado y continuado bajo la suave calentura.

Estaba incómoda. Las moscas le iban a la cara y no la dejaban pensar en lo que quería con la suficiente concentración. Abrió los ojos y miró hacia atrás, más allá del banco, a su derecha. Antes no había reparado en el bulto. Un cadáver. Un gato muerto. 

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