El cielo limón ácido. El gris cargado de radioactividad para el alma. Los sentidos atentos, el espíritu brinca de un lugar a otro. El espacio donde pueden pasar cosas. La posibilidad. La mirada brilla. Sabe un no-sé-qué. Electricidad en el aire. El dramatismo de las nubes, la fuerza de lo invisible. Palabras corrosivas. Palabras que engendran algo diferente. Conciencia de lo irrepetible. El doble fondo de los días. Las palomas también brillan, y la carne caliente desea. La novela de cada microcosmos. Y los encuentros multiplican dimensiones, expanden el tiempo. La acción suspendida en el aire. La realidad es lo que puede ser. La irrealidad es sólida y dolorosa y bella.

miércoles, 15 de abril de 2015

La siestecilla de M

Estoy echada en la cama mirando la pared. No la estoy mirando en realidad. Por la ventana entra la luz de la tarde y los lentos ruidos de la hora de la siesta. Necesito descansar la cabeza un ratito, dormir un poco. Las sombras tenues traspasan el fino cristal y caen en la habitación. Empiezan a mezclarse con las de aquella tarde. Desde el sofá, la luz, su brazo a mi alrededor casi por primera vez y la montaña al fondo. Está oscureciendo y se oye el viento pero adentro estamos calentitos e inmóviles con nuestras tazas de té. Y con otras tardes. El sol en la cara y nosotros tirados en el prado junto a un arbolito. El sueño pesado y dulce de después de comer. Mi cabeza en su pecho escuchando. Esos pedazos de días tan ciertos se cuelan con la luz. Cada uno como una sábana finísima casi transparente, una gasa de niebla que se va posando sobre mí y sobre la alfombra y sobre las baldosas, una encima de otra. Capas de tardes, de cielos, de nubes y de besos. 

Me despierta la horrible melodía de la alarma del móvil. No veo nada. Casi ya no hay luz y no reconozco las formas de la habitación. ¿De qué habitación? Ah, la siesta. Una jodida siesta de tres horas. Joder, Milagritos. Creo que antes de dormirme estaba poniéndome nostálgica a niveles arriesgados. Madre mía, mi cabeza. Me ha sentado fatal la altura o el descenso tan profundo. Pero lo que me duele más no es la cabeza. Todavía no sé nada de Él desde la otra noche. Ni un whatsapp. Desde que me dijo que quería dormir solo y me fui. Qué le pasa. Maldito Tú.

1 comentario:

  1. Días que caen como sábanas finísimas, como gasas de nieblas que se posan una encima de otra...

    (clap, clap, clap)

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