El cielo limón ácido. El gris cargado de radioactividad para el alma. Los sentidos atentos, el espíritu brinca de un lugar a otro. El espacio donde pueden pasar cosas. La posibilidad. La mirada brilla. Sabe un no-sé-qué. Electricidad en el aire. El dramatismo de las nubes, la fuerza de lo invisible. Palabras corrosivas. Palabras que engendran algo diferente. Conciencia de lo irrepetible. El doble fondo de los días. Las palomas también brillan, y la carne caliente desea. La novela de cada microcosmos. Y los encuentros multiplican dimensiones, expanden el tiempo. La acción suspendida en el aire. La realidad es lo que puede ser. La irrealidad es sólida y dolorosa y bella.

jueves, 30 de abril de 2015

Mila se ducha un viernes por la tarde

El otro día me desperté pensando: Tengo 23 años. No puede ser, dije. Si tenía 19. Pero tengo 23. No se me va el susto. Y aquí estoy, en la ducha. Y tengo 23 años. Y las dudas no se van con el agua. Por caliente que esté. Por fría que esté. Me seco y vuelven a aflorar como una erupción cutánea.

Esa cosa que empieza a seguirme en un día que se anuncia no normal. Me molesta no saber exactamente dónde atacar. Dónde apretar para saber qué siento. Sí, hay algo en el día de hoy, en mi día, que me incomoda. No me deja tranquila y ya es por la tarde. Ahora me acuerdo del poema. Lo he visto esta mañana y me acuerdo ahora. Es eso. No sé si iba para mi. Pero ese poema se me ha clavado en la cabeza. Un poema-espina. Un aguijón que me obliga a pensar. 

Me hace falta un poco de mi parte más loca. ¿Y si no me doy cuenta cuando sea el momento de romper con esta vida? ¿En qué punto voy a dejar los souvenirs para guiris (y trabajos similares) para hacer "lo que me gusta"? Los meses pasan. Esa es la certeza más cierta que tengo. Esta ciudad nos colapsa de posibilidades. Y los días pasan así. Eso me asusta. Echo de menos la casa del pueblo y el aburrimiento. El no tener más remedio que fantasear para pasar las horas. Y qué delicias me inventaba para mí. Tristeza de un viernes por la tarde sin saber qué, solo tristeza. Tristeza sin dolor, sin rabia. Tristeza cansada. Tengo 23 años y estoy enamorada. 





miércoles, 22 de abril de 2015

La siestecilla de M II (el día negro)


No entiendo por qué el universo me dio esta subjetividad. No puede ser tan complicado encontrar unas malditas lucecitas en el bosque. Este mediodía, aprovechando mi día libre entre semanas moledoras, he bajado con Oriol al bar de abajo para tomar una cerveza. Todo es posible con la embriaguez mañanera. Después de comer me he echado en el sofá con intención de ver un capítulo de Orange is the new black pero me he quedado dormida. Sin lucha alguna. He sentido que ese más allá me atrapaba lentamente sin olvidarse por completo del mundo real pero aún así lleno de no vida. Nada me fascina más que el dormir, ese anular los sentidos pero con cierto reparo según la hora del día. De ahí la diferencia del despertar. Sí, otra asquerosa larga siesta. Aguas remolinadas tanto en el vientre como en el alma al volver al mundo. Tras unos quién sabe cuantos minutos de espera vital sentada en el sofá, he decidido que mi actual vida es una mierda. Que si me vuelvo a sumergir en la cotidianidad me perderé entre esa masa de gente sin rostro. Me prometí que este puto trabajo sería temporal y ahí me tienes chupando mi ridícula parte del bote. Y mi padre está tranquilo porque no le molesto y mi madre me manda mermelada. Y yo satisfecha con mi logro de la independencia. Pero en momentos como este el vértigo me envenena. La ambición no es lo mío pero algo tendré que hacer con ella.

miércoles, 15 de abril de 2015

La siestecilla de M

Estoy echada en la cama mirando la pared. No la estoy mirando en realidad. Por la ventana entra la luz de la tarde y los lentos ruidos de la hora de la siesta. Necesito descansar la cabeza un ratito, dormir un poco. Las sombras tenues traspasan el fino cristal y caen en la habitación. Empiezan a mezclarse con las de aquella tarde. Desde el sofá, la luz, su brazo a mi alrededor casi por primera vez y la montaña al fondo. Está oscureciendo y se oye el viento pero adentro estamos calentitos e inmóviles con nuestras tazas de té. Y con otras tardes. El sol en la cara y nosotros tirados en el prado junto a un arbolito. El sueño pesado y dulce de después de comer. Mi cabeza en su pecho escuchando. Esos pedazos de días tan ciertos se cuelan con la luz. Cada uno como una sábana finísima casi transparente, una gasa de niebla que se va posando sobre mí y sobre la alfombra y sobre las baldosas, una encima de otra. Capas de tardes, de cielos, de nubes y de besos. 

Me despierta la horrible melodía de la alarma del móvil. No veo nada. Casi ya no hay luz y no reconozco las formas de la habitación. ¿De qué habitación? Ah, la siesta. Una jodida siesta de tres horas. Joder, Milagritos. Creo que antes de dormirme estaba poniéndome nostálgica a niveles arriesgados. Madre mía, mi cabeza. Me ha sentado fatal la altura o el descenso tan profundo. Pero lo que me duele más no es la cabeza. Todavía no sé nada de Él desde la otra noche. Ni un whatsapp. Desde que me dijo que quería dormir solo y me fui. Qué le pasa. Maldito Tú.