El cielo limón ácido. El gris cargado de radioactividad para el alma. Los sentidos atentos, el espíritu brinca de un lugar a otro. El espacio donde pueden pasar cosas. La posibilidad. La mirada brilla. Sabe un no-sé-qué. Electricidad en el aire. El dramatismo de las nubes, la fuerza de lo invisible. Palabras corrosivas. Palabras que engendran algo diferente. Conciencia de lo irrepetible. El doble fondo de los días. Las palomas también brillan, y la carne caliente desea. La novela de cada microcosmos. Y los encuentros multiplican dimensiones, expanden el tiempo. La acción suspendida en el aire. La realidad es lo que puede ser. La irrealidad es sólida y dolorosa y bella.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Los que se sienten solos en la ciudad


Recuerdo que siempre me gustó la idea de vivir en una ciudad grande. Y Barcelona era bastante atractiva desde mi aburrida existencia. Necesitaba empezar a vivir mi vida, construirla solita. Y fue duro empezar. Esa soledad que sentía no se ha marchado, pero he aprendido que nuestra convivencia no es solo amarga.  Al fin y al cabo somos uno y el resto del mundo es otra cosa. A veces pienso que tengo poco. Otras veces preferiría tener menos. Y en la ciudad la única forma de sentir el vacío como sintonía de vida es emborrachándose. Siento que el cemento me atrapa manifestando su estúpido vivir civilizado. Alejándome de mi conversación con los ríos y de lo animal más allá de la infancia. Ahora, tumbada en este suelo aún frío, con una tormenta sin rayos allí fuera que durará menos de lo querido, no siento odio ni amor por la ciudad. Solo la culpo por atraparme largos días, pero rechazo la idea de abandonarla. El verano se acerca y con él mis dolores de tripa. Una televisión a todo volumen. Los coches. Un vecino haciendo la cena. Y el gato de arriba que maúlla cuando su amo llega a casa. Puedo reconocer a Joana solo con entrar por la puerta de abajo. Se acabó el suelo, se abre el telón.

jueves, 14 de mayo de 2015

El librero

He entrado en la librería casi sin darme cuenta. Es de segunda mano. Siempre paso por delante y miro un poco los libros que han puesto afuera, sobre la mesita. Siempre sin detenerme. Pero ahora estoy dentro, mirando portadas casi sin mirar. El librero es un chico/hombre serio que me ha saludado con un leve movimiento de cabeza, sin apartar la vista de la pantalla más que un segundo. Está escribiendo. Yo estoy pasando el rato aquí, no sé por qué. No me apetece volver a casa y ver a don y doña correctos. Hoy necesito acción. Cojo algún libro que me llama la atención y lo vuelvo a dejar sin llegar a leer ni una palabra. Oigo cómo teclea. Sección de arte. Miro los cuadros sin concentrarme mucho. Lo de la otra noche no cuenta como acción. No calmó el ardor. 

Podría coquetear con el presunto escritor. Lo he pillado mirándome dos veces. Podría acercarme y enseñarle una teta. A lo loco. Pero sé que no lo voy a hacer. Nos gustaría ser libres y valientes como Frida, sacar el entrecejo al sol y seguir sintiéndonos guapas. Pero no lo somos. Necesitaría estar tan borracha por lo menos como el otro día. Qué será de James. Me sorprende lo poco que he pensado en él. Que Annita se fuera me dejó un poco aliviada, pero ahora la echo de menos. Qué jodido, si está me irrita, si no está la necesito. Cómo con los chicos. Bueno, como con El chico. Él. Él, después de semanas de silencio, un amargo silencio para mí que había empezado a aceptar como decisivo. 

Él, de repente, (in)esperado, (in)oportuno como siempre. Su nombre y su foto de whatsapp, que mi cerebro enlaza rápidamente a una aceleración cardíaca. Pienso en leerlo después, pero qué va, ya lo estoy abriendo. Está conectado. "Bella, necesito contemplarte cuando cierres tus párpados de piel de manzana esta noche. Dime algo". Ya no está conectado. Menudo es éste. Quiero tardar un poco en contestarle, castigarlo mínimamente. Pero sé que lo voy a ver esta noche. ¿Por qué ahora estoy así?Siento alguna nostalgia por los momentos antes de recibir el mensaje, cuando estaba tranquila sin saber qué iba a pasar. Aburrida también, reconócelo. Es el precio que hay que pagar por un poco de movimiento. A veces me gustaría apagarme lentamente. No tener que luchar con la vida para que tenga sentido. Todo duele demasiado. Me despido sin obtener respuesta, ya no puedo estar aquí. Camino un rato sin rumbo, agitada. Unas piernas flaquitas y arrugadas me recuerdan que tengo que ir a ver a mi abuela. Ella desaparecerá pronto. Ella fue joven y yo seré vieja. De pronto, el olor a jazmín me lleva a otro lugar. No tiene tanta importancia lo de hoy. Algún día seré vieja.  

jueves, 7 de mayo de 2015

Ha venido Annita

Annita es alta, ojos marrones y de movimientos masculinos. Melena oscura al viento y atuendos imprevisibles.  Encantadora para los hombres. Empezó derecho y lo dejó. Decidió que el periodismo iba más con ella. Sus padres se volvieron locos y le dijeron que no volviese a casa. Aún así se quedó cerca de la tierra y volvía algún finde. Cuenca es una mierda, suele decir. Pero ahora se encuentra ante el abismo del casi finalizar una carrera universitaria. Así que ha decidido venir a Barcelona a verme. Y como dice ella, viene para romper su mapa mental reducido. Me culpa por no ir a verlos muy a menudo. Cuando Joan y Joana nos escucharon hablar de aguas profundas sacaron las cervezas. La primavera había alterado el piso y la nevera siempre estaba llena de vida amarilla. Así que bebimos, charlamos y la risa característica de Annita nos provocó dolores de tripa. “Salgamos de aquí” dijo ella sirviéndonos el último chupito de esa mierda color mierda. Y la noche fue larga. El factor discoteca siempre nos ha incomodado a Annita y a mi pero aquella noche íbamos demasiado borrachas para despreciar un flayer con entrada gratis. Pista medio vacía. Guiris en las barras catando carne por la vista. Música infumable pasada de moda. Beyonce nos devolvió la vida. Salimos a bailar sintiendo que nuestro cuerpo se movía a la perfección aunque hubiese una cierta discordancia con la realidad. Incluso Joan y Joana se acabaron animando y por arte de magia la pista se llenó. Hasta que llegó mi momento crítico habitual. Me escabullí por un agujerito al baño. Miré el móvil. No había contestado a mis whatsapps. Me di cuenta que la taza del váter estaba manchada y mis medias también. Pipi de otra. Salí y me incorporé de nuevo a la fiesta con un fingido entusiasmo que luego se convirtió en real o lo que quiera que sea durante la embriaguez. Invité a Annita a un chupito y ella me prometió que el próximo lo pagaría ella. Aunque nunca llegó un siguiente, por olvido y devastación. Nos abrazamos fuerte y volvimos al bailoteo central.


Lo primero que han visto mis ojos hoy ha sido el brazo de James sobre mi cuello, privándome de mi propio territorio. Dormía plácidamente entre ronquidos. He intentado ponerme una camiseta y unas bragas lo más rápido posible, con miedo a despertarle. Y he abierto la puerta con el máximo sigilo. James II y Annita dormían en el sofá cada uno con la cabeza en un lado de éste. Una hermandad bonita a la vez que incómoda de ver. Puta Annita.