El cielo limón ácido. El gris cargado de radioactividad para el alma. Los sentidos atentos, el espíritu brinca de un lugar a otro. El espacio donde pueden pasar cosas. La posibilidad. La mirada brilla. Sabe un no-sé-qué. Electricidad en el aire. El dramatismo de las nubes, la fuerza de lo invisible. Palabras corrosivas. Palabras que engendran algo diferente. Conciencia de lo irrepetible. El doble fondo de los días. Las palomas también brillan, y la carne caliente desea. La novela de cada microcosmos. Y los encuentros multiplican dimensiones, expanden el tiempo. La acción suspendida en el aire. La realidad es lo que puede ser. La irrealidad es sólida y dolorosa y bella.

viernes, 9 de octubre de 2015

Jueves noche


Cuando le estaba contando a Joana que en dos semanas se me acababa el contrato, sonó nuestro timbre. Tenemos vecinos nuevos en el piso de en frente. Y nos han invitado a celebrar su llegada en un piso aún lleno de cajas. Carlota, Alex, Javi y Dídac. Recién licenciados, están buscando trabajo o haciendo prácticas sin cobrar un duro. Carlota es extremadamente extrovertida, me explicó tropecientas historias mientras me rellenaba el vaso cuando aún me quedaba un culito. Odio el wisky pero más odio no emborracharme. Me libré de Carlota y conseguí sentarme al lado de Javi, el más guapo. Hablamos de series, de moral y de parásitos que se meten en animales para dominarlos desde dentro. Carlota puso la música más fuerte y el vecino de abajo no tardó en dar unos toquecitos en nuestro suelo. Eran casi las dos y todo era nuevo y eso era bastante agradable. Un grito volvió a cortar nuestra conversación entusiasta. Venía de la cocina. Carlota, dijo Javi como para sus adentros y con preocupación. Fue corriendo a la cocina en su rescate. Dídac resopló y respondió a mi mirada curiosa con unos ojos amables. Me di cuenta que todos habían corrido a la cocina menos nosotros, así que abandoné el sofá apresuradamente. Por el dedo de Carlota corría un pequeño hilo de sangre que caía sobre las sucias baldosas. Cuando nos despedimos en la puerta, Dídac me sonrió. Joan y Joana abandonaron la noche en sus habitaciones y yo decidí salir a la calle e ir a buscar la luna. Algo que como buena chica de ciudad se me había olvidado durante largos días. Mi estado de embriaguez recorrió un par de manzanas. Ni rastro. Volví a casa desilusionada por no cumplir mi deseo y me quedé dormida a medio desvestir.


jueves, 1 de octubre de 2015

rueda de la fortuna


Más que en un comienzo siento que estoy en medio de un largo instante de paso. Y yo no sé qué hago ni dónde estoy, y eso en parte me gusta. Si lo pienso, me gusta. Me gusta no saber qué pasará. Se terminó el verano. El otoño me encanta y me cubre de nostalgia. Hace dos años que me fui a Estrasburgo. Los recuerdos que tengo de ese tiempo han cambiado. Ese día en el parque con Lucía, recogiendo bellotas. No sé si entonces lo valoré, pero ahora me parece un momento esencial y muy bonito. Estuvimos hablando sobre muchas cosas. Cosas que nos importaban. La echo de menos. Estrasburgo: amarga y, sin embargo, no tan mala. Hubo cosas buenas. Pienso en las salidas a Colmar y a Sélestat. La lluvia y el atardecer me las recuerdan. Entonces yo no estaba bien. Días buenos metidos en una temporada triste. Siento nostalgia de esa pena. ¿Y ahora, qué? Ahora me iría con alguien a tomar una cerveza por esas calles, o por otras, en algún bar bonito que sea nuestro refugio un rato. Ninja es mi gato nuevo y es viejo. Anda medio deprimido, ayer parecía tan humano. 

Nos parece que el tiempo ha pasado rápido. De repente se comprime y todo es lo mismo. Es lo mismo el día que fui a Montjuïc a ver la ciudad desde arriba en lugar de ir a clase, que ahora mismo, que el día que empecé a desear irme de Estrasburgo. Llevo todos los momentos en mí y gozo recordándolos. Darme cuenta de que no sabemos qué pasará me ayuda a cobijarme, a resistir. Tengo animalitos dentro de mí que son motores, que son obsesiones, son lo que me hace hacer las cosas. Necesito a esas bestiecillas para que llenen el vacío que me paraliza, pero muchas veces se van. De pronto me he sentido muy cansada. Me he acostado en este banco y he levantado la vista hacia la noria. Me quería hipnotizar con sus colores. Cuando le quise decir adiós al verano entendí que hacía semanas que se había ido ya, discretamente. No me dio tiempo de llenarme de mar. Llueve y las olas crecen. Quieren llegar a rozar el castillo. Hay una bandera roja en la playa y le doy la bienvenida, por fin, al otoño.